lunes, 14 de diciembre de 2009

Anocheciendo

Se perciben los olores de la noche. La luz de la luna lo inunda todo, alargando cual fantasmas, la sombra de objetos cotidianos.
Es la hora en que el alma se muestra traslúcida como el cristal y los sentimientos gotean la amargura del dolor acumulado en heridas producidas, desde el amanecer hasta el ocaso, por el simple hecho de existir.
La noche, de puntillas, ha ido subiendo los escalones del día, mientras la última luz anida en los balcones de mi calle y su sombra se estrella contra la mía, serenamente, consiguiendo que todo lo antiguo parezca hermoso en mi recuerdo.
También es en ésta hora, cuando se aprecia que el acto de vivir es sencillo; como un encuentro casual con tu primer amor; como un beso inesperado; descubriéndome que estoy unida al futuro por algo más que lluvias de tristezas.
Y así, resignadamente, para no ir a contramarcha en el vagón del tren de mi vida, me abrazo a Morfeo y ya, muy tarde, duermo…

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