martes, 15 de julio de 2014

Un traje de tristeza.


Ya le tengo tomada medida a mi tristeza.

Quiero confeccionarme un traje.

Mi tristeza la mido con la palma de mis manos y siempre faltan manos.

Y esas manos, las mías, amarran bolsas de basura, giran llaves, sirven comida, llenan vasos, escriben te quieros borrando cicatrices que tengo como madre y adelgazan con un cúter este olvido implacable y cotidiano.

Y al apagar, la luz de la mesilla, cada noche, esperan con ilusión no tener ningún traje de tristeza que ponerme al levantarme.

MUJER.


Como puedo calzarme la palabra mujer en un mundo lleno de zapatos que oprimen.

Violencia cotidiana de palabra que ofenden; de miradas que matan; de cordones que aprietan; de ampollas que revientan.

Como puedo calzarme la palabra mujer, si la calle es muy larga y la meta lejana.....

Añorando caminos despoblados de piedras, inundados de flores y poblados de estrellas.

Como puedo calzarme la palabra mujer, si todas mis heridas, no pueden ser lamidas por tu triste mirada.

jueves, 11 de octubre de 2012

Te di.






TE DI.



Te regalé la lluvia en la vasija de mis manos pero no fuiste rápido y ésta se escurrió de entre mis dedos.

También en mi mirada te di los sueños rotos esperando que los recompusieras y miraste hacia otro lado.

Te conté de mis miedos y en lugar de matarlos te encontré alimentándolos.

Te regalé insistencia, tambien mi valioso tiempo, sonrisas, pensamientos, mi aroma, la vida y guardé tu imagen para señalar la página de mi libro favorito... y nada fué importante para tí.

¿Y te sorprendes ahora que ya nadie me encuentre entre las huellas de tus pasos?

sábado, 8 de octubre de 2011

FELICIDAD... ¿EXISTES PARA ALGUIEN?





Te ocultas entre las ropas de mi viejo armario que resopla cansado de cargar con las perchas.
Te ocultas en olores intensos, en canciones, en recuerdos, en penas, en pecados, en dudas, en versos, ilusiones y en instantes dormidos en el tiempo.
Sé que, brevemente, existes y esperas tu momento para sorprenderme, pero me estoy cansando.
El escondite cansa y a ciertas edades algunos juegos están prohibidos porque agotan.
Los rotos se amontonan, el aire se reduce en el espacio en que habito... y respirar me ahoga como si todo se precipitara hacia una explosión inevitable cual pompa de jabón.
Me duele la enfermedad de la envidia en la edad madura, cargando un equipaje de sueños cada viernes en la falsa esperanza de recibir proyectos para el fin de semana que no suenen a muro de las lamentaciones.
Felicidad ¡¡responde!! ¿por qué me has olvidado? ¿No ves que no quiero usar las cremas antiedad de la desesperanza?
En las tardes te llamo en cada puerta, te busco en cada esquina, le pido cobijo a la luna para observar desde la altura silenciosa si te veo pasar, porque sé, lo presiento, que irás disfrazada de mendiga.

sábado, 12 de febrero de 2011

SU AMIGO Y ELLA. (Cuento imaginario)

A diferencia de cualquier otro día se despertó preguntándose cómo había llegado a su situación actual.
Dio marcha atrás a su memoria que estaba agazapada. Se encontró de pronto en plena infancia. Era toda una recopilación de gratos recuerdos. Más que recuerdos añoranzas de amor, de mimos, de juegos, de cuidados. Su madre acicalándola antes de salir de paseo.
Aunque los ingresos en la casa no eran muchos, su padre (al que adoraba), intentaba que no les faltase nada imprescindible a ninguno de los hermanos.
También recordó el colegio y su afición, en esta etapa, por mirarse al espejo, en el que se veía crecer, hacerse mujer… segura de sí misma y con un alto grado de autoestima.
Indagó en un tiempo más cercano y se percató cómo esos valores habían ido desapareciendo poco a poco, hasta el punto de perderlos.
Se miraba al espejo y encontraba a una desconocida que dejó su orgullo en el camino; ganando en mal genio y en aspecto desaliñado.
Regresó de sus recuerdos y se encontró junto al hombre de su vida; con la cruel realidad de no ejercer su profesión y rodeada de incomprensión por parte de todos.
Sintiéndose falta de cariño, entabló amistad con su puka. Éste con forma de perro y pelo negro y suave, se le acercaba, charlaba con ella dándole lametones en la cara cargados de ternura y unos ojos en los que encontraba la bondad que no veía en los humanos.
Formaban un trío encantador: ella, su puka y la botella. Pensaba continuamente: ¡Qué a gusto estoy así! Tenía un amigo que le daba mucho cariño y una botella que la hacía evadirse de su presente sumergido en la soledad.
En la calle observaba que la gente la miraba y le decía a su puka que caminaba junto a ella: ¿te has fijado? ¿porqué no se ocuparán de sus vidas llenas de mentiras, vanidades y miserias?
Así soñando con un futuro maravilloso que le contaba a su amigo, (y que solamente existía en su imaginación), se encontró un día en el hospital.
El médico le comentó a la familia: el hígado… no hay solución…
Su puka se le acercó al oído y le murmuró: acompáñame; juntos emprenderemos un viaje precioso y haremos todos tus sueños realidad.
Y así, abrazada a él, recibiendo sus lamidos, se durmió para siempre con una maravillosa sonrisa en el rostro.


(Dedicado a todos los conocidos, algunos muy jóvenes, que perdí en el camino por culpa del alcohol).

jueves, 4 de noviembre de 2010

El día suma y la vida sigue.

Otra mañana que comienza.
El desorden encontrado en la cocina me abofetea el rostro.
La radio mezcla las noticias trágicas con el mísero juego político y el alma se me cae…
Otro día que lastima.
Acudo de inmediato a mis panes de molde, la aceitera, el azúcar y la caja de cartón con el café de siempre…
La cafetera, obediente, bosteza y me salpica, trayéndome ese aroma que me engancha a la vida.
La desgana, que madruga conmigo, se está desperezando y la dejo olvidada en cualquier sitio.
En la bandeja amarilla orden; el ritual comienza y con mimo la llevo al saloncito, junto a la gran ventana.
El primer sorbo de la mañana no tiene precio.
Me recreo en la tenue luz que entra y en la gente que pasa, pocos: albañiles que llegan a la calle contigua con sus enormes “monstruos” emitiendo silbidos; niños al instituto; coches, cientos de coches, sin prisa pero sin pausa. Con su horario inexacto el autobús rural, cargados de resignados viajeros que acuden al trabajo.
¡De pronto! la mañana llama al timbre de la casa para buscar mi aliento. Cavilando, contemplo atónita el vacío de la taza, me levanto y, al hacerle el enjuague (antes de ir a la máquina) vierto por el desagüe experiencias inútiles, historias de ayer mismo que me hieren, enojo acumulado… y más cosas.
Mi mano derecha apostada en mi pecho escucha el tic-tac del corazón y me invaden dos preguntas:
¿Cómo serán las cartas para el juego de hoy?
¿En el juego diario de la vida habrá ganadores y perdedores?
Comienza un nuevo día lleno de interrogantes.

jueves, 7 de octubre de 2010

Tus pasos.

No he podido olvidarte viejo amigo y si lo hice, no fue lo suficiente.
El olvido tiene buena memoria cuando le apetece.
¿Por donde caminarán tus pasos? ¿Cómo estará tu corazón amable; ése que siempre regalaba rosas “porque hoy es hoy” y sin motivo alguno?
He vuelto a ver el barrio y ya no es pobre. Se ha convertido en zona distinguida. La nueva España lo ha cambiado todo… menos mi corazón…pajarillo sin alas…
Si acaso te tuviera a mi lado, podrías aconsejarme de qué forma exiliarme de estas rejas cosidas por candados con óxido…enseñarme las llaves de aquella libertad que no teníamos y animarme, -como lo hacías entonces,- ante el miedo del inevitable examen que amenazaba el curso.
¡Qué nostalgia de años! Voy indultando versos, igual que indulto tiempos y recuerdos.
Y regreso y regreso, volviendo a las canciones y las velas.
He vuelto a mis manoseados libros, a mis poemas tristes y a tus flores. Y estoy siendo feliz con el retorno hacia aquellos días gloriosos del pasado que revivo con ganas de encontrarte, para seguir aquella charla que dejamos a medias…

martes, 6 de julio de 2010

¿Y mi tiempo?

Cuantos libros esperando ser leídos,
que nunca serán acariciados por mis manos.
¡Pobres manos!, presurosas de quehaceres;
para vosotras nunca sobra el ocio.
Acuden al fregadero, al cubo y al ropero,
a la aguja, al plumero y a preparar la cena.
Quisiera revelarme, pero el hastío sofoca
el hilo de esperanza al que agarrarme.
Si lo confieso a un hombre ¿entenderá esta angustia?
Siguen transcurriendo imparables mis días.
El insomnio, atrevido, hace guiños;
se insinúa al papel y la pluma,
y se transforma en fiesta la triste madrugada.
En torcidos renglones, trocitos de poemas,
jirones de mi alma que esperan ser escritos.
Sobre la mesa libros que no hablan,
exhaustos por la espera de historias no contadas.

lunes, 17 de mayo de 2010

Ilusión de primavera.

Se deja de ser joven cuando se comprende que no manifestar un dolor es matar el tiempo que aún nos queda. Por ello yo lo manifiesto (ya no soy joven).Continuamente expreso mi dolor al viento y, con ello, no me resigno a estrangular la juventud que aún tengo.
Mis días “laborables” se suceden implacablemente, por ello, cuando llega el festivo quiero apurar el vaso de su encanto.
No quiero sábados ni domingos grises que me aplastan el alma, cargados de monotonía.
Quiero luces, paseos y cruzarme con gentes que sonrían a la lluvia… como lo hacen los gorriones en mi patio cada día: libres, felices y ligeros de equipaje.
No quiero hundirme como esos barcos “tocados” en las guerras.
Aun espero mucho y salgo a recibir la vida a la puerta de mi casa, aunque manos invisibles, a veces, pretendan que odie la que, un día al parirme mi madre, quiso regalarme.
No dejo nada atrás porque no olvido nada; esa es mi fortuna.
Mi pasado, mi presente y mi futuro van siempre conmigo tomados de la mano pues no quiero perderlos. Ante su pérdida podría olvidarlos y no pretendo eso; no quiero repetir errores que me han dañado el alma.
Ya no llevo el balance del amor acumulado. No me apetece pararme para mirar el saldo. No sé cuanto tengo en mi haber, ni qué intereses debo.
Se me agolpan las cifras de entregas, de deseos y también de naufragios frecuentes, a los que, sorprendentemente, sigo sobreviviendo…
Eso sí, la tabla salvadora, la que flota y a la que poder asirme, la tengo siempre a mano. Espero que de tanta humedad no termine pudriéndose. ¿De qué me serviría una ilusión podrida?

sábado, 13 de marzo de 2010

Tren sin regreso.

Se me agolpan los días desordenadamente. Y cuando caigo en la cuenta de que al amor lo pintan loco y ciego, ya, tengo plasmada en mi retina todos los flashes de tu cuerpo amado.
Por ello los pedazos de mi alma rota destilan versos en blanco y negro. Versos sin color, aproximándose, a lo sumo, a los tonos grises que me asfixian por repetitivos y que no puedo plasmar en papel alguno, muriendo en una papelera imaginaria.
Y no sé si adornarme cuando salgo con collares de lágrimas o perlas, o anunciar el desastre con campanas; mientras escucho para distraerme esa canción que tanto me recuerda otros tiempos que agonizan lentamente… tiempos de juventud.
Prosigo con mis contradicciones. Aplaco los ciclones en las tardes, cuando la turbulencia remueve la furia contenida, con letras encadenadas, e intento que se obre el milagro de salpicar de colores el lodo gris de mi camino… pero el arco iris no aparece.
Podría sonreírle al amor de mi adolescencia si volviera; pero ahora, sin miedos ni tabúes, con sonrisa de niña inconsciente que quiere darlo todo. Pero esto sería si volviera… y tengo que aceptar lo inevitable: mi tren no retrocede ni se detiene y voy pasando por estaciones como yo ¡desalojadas!, donde no encuentro a nadie a quien preguntar la hora.
Y así me siento lastimada y mansa; con el dolor de a quien se lo han quitado todo.

jueves, 4 de marzo de 2010

Huida.

Antaño creí en ti.
Esas alas que vi en tus ojos
se acoplaron a mi cuerpo y volé.
El espacio era infinito
y mi bondad lo impregnaba todo.

Sin embargo, en el ocaso,
vienes y arrancas mis alas
para que mi caída no remonte
y me precipite hacia el vacío.
¿Donde quedó la confidencia de tus ojos?
¿Por qué se han transformado
en pájaros que huyen?

miércoles, 3 de febrero de 2010

Tarde de invierno.

Hubo un tiempo en que las calles de la ciudad olían a ti.

El aire me hacía presentirte y en su roce sentía tu abrazo, cálido como el ronroneo de un gato familiar.

Hoy el olor a castañas asadas, me trae nostalgias de otro invierno y me invita a seguir (como si de una persecución se tratare) ese otro olor, de café aromático que llega de la cafetería.

La cafetería sigue igual…. Su color amarillo invitándome a entrar, como si fuese el palacio encantado de un cuento de hadas.

Me acerco a la puerta con mi mochila, a la espalda, cargada de tu ausencia.

El ocaso se acerca. La luz plomiza de la tarde juega un extraño contraste con la cafetería; como ésas postales de otoño en que no llueve, pero en las que el frío invita al cobijo en lugares cerrados; donde la charla amena, de algún grupo, se alterna con almas solitarias que buscan su pasado o, algún aliciente nuevo que dé sentido a su presente.

Una vez dentro repaso en semicírculo las mesas ocupadas, después los taburetes y se rompe el, siempre fuerte, equilibrio de mi mente.

¡Ya no estás! Comienzo un pulso con la nostalgia. Ésta vence a mi mano, que apoyo vacía, sin esperanza, sobre el mármol de la mesa, inmovible, sin gesto…. a pesar de que las lágrimas me hacen verlo todo borroso…. Y así, inevitablemente, el abatimiento me recorre el cuerpo como un escalofrío.

sábado, 23 de enero de 2010

Semblanzas y soledades.

I
PRIMERA PARTE
Abuelo:
Las paredes de tu casa las han dejado como se supone que es tu vida: vacías.
El blanco deprimente de hospital, no puede poner una nota de color en la monotonía de tus días. Tan sólo un calendario de S. Antonio te acompaña, indicando los días... los meses... que transcurren entre un tedio horrible, alterado solamente por el tic-tac de un pequeño reloj que es tu único compañero en la mesa y por el pasillo, el quejido continuo de tu mujer, (aún más sola que tú), sumergida en su sordera.
Y yo (espectadora atónita), al contemplarte, anciano, me pregunto: ¿En qué piensas? ¿Cuándo serán tus pensamientos realidad y cuando serán fantasmas creados por la arteriosclerosis de tus noventa y dos años?
Es triste que tu único pecado en la actualidad sea vivir. Tus diminutos ojos, aún analizan lo bueno y lo malo; tu estómago siente hambre en su momento; tus esfínteres funcionan a su capricho... Y todo esto les es odiable anciano...Ellos ya no os necesitan, han crecido, se han hecho adultos, tienen sus necesidades cubiertas. Ya no recuerdan las noches de fiebre junto a su cama, la ropa limpia, la comida caliente, el paseo, el beso...
Me decías: “Estamos como perros abandonados”... y yo te puedo asegurar, anciano, que mi perrilla en Pascua probó los mantecados... Ustedes ni siquiera recibisteis el beso de Año Nuevo, ese beso que le damos a cualquier desconocido con la euforia del champán.
Te pregunto en mis ratos de compañía: ¿Le duele algo, abuelo? ¡Nunca se queja! Me respondes: “Algunas veces me duele el lado del corazón. A mí me gustaría que fuese un dolor fuerte, rápido, para no sufrir más; pero... ¡qué le vamos a hacer! Estaremos aquí hasta que Dios quiera. No me quito la vida, pues eso es de cobardes”.
El día que aún te agarras a la esperanza me dices: “Todo esto que me ocurre está escrito, ¿sabes?, y algún día se sabrá...”
No sé si se sabrá, abuelo, pero puedo asegurarte que el viento sabe de tu soledad y lo sabe la madrugada, que día tras día acentúa tu calvario con su silencio e incertidumbre.
Puede ser, abuelo, que alguien pase por tu puerta y sepa que naciste, viviste, tuviste hijos y esperaste la muerte con ansias, porque la sociedad entera te apartó como un trasto inútil olvidado en el desván.
Y puede ser que alguien te recuerde mañana y lleve flores a tu tumba


II
SEGUNDA PARTE

Abuelo: Permíteme que te siga llamando así. No llegué a conocer a mis verdaderos abuelos y quizás por necesidad (el ser humano, casi siempre, es egoísta) terminé por adoptarte, aunque solo fuera en mi pensamiento.
Ha transcurrido mucho más de una década y he visto tanto. No se me cura una cicatriz cuando aparece otra y no encuentro espacio para remendar mi alma rota. Incluso mi corazón, que tanto amor ha repartido, empieza a sentir cansancio... y en algún momento ramalazos de abatimiento.
Tuve que aceptar (al no ser de tu familia), que vuestra vida se apagara en una residencia.
Tu mujer murió antes que tú y después llegó el que sería tu viaje definitivo.
Me sorprendió, la muerte posterior a la tuya (y en poco tiempo) de tu hija, otro hijo y la de uno de tus nietos en circunstancias dramáticas (la carretera no para de cobrarse víctimas) y la vida de pasar facturas.
Sé abuelo, que por tu edad, tenías que marcharte y ahora entiendo y acepto, que es duro vivir casi un siglo.
Los cambios han sido tan bruscos que, no solo tú, sino la misma naturaleza se resiste a ellos.
He llegado a la conclusión de que la enfermedad es la consecuencia del cisma que se produce entre el alma y el cuerpo, por eso abuelo la sociedad está enferma. Ha surgido un nuevo “virus” del que nadie es consciente o no nos percatamos de su gran virulencia, se llama: “Prisa” y es el culpable de esta ruptura entre alma-cuerpo.
La prisa ha invadido nuestras casas, nuestras calles, nuestros trabajos, como si de un gas letal se tratase.
Se contrata al que más produce, sin importar la calidad de su producción.
Se compra el coche más rápido y se coloca en manos inexpertas, donde el acelerador es un juego y la carretera la pista para llegar al infierno.
Se educa a los hijos con prisas, con muchas prisas, sin pensar que son pequeños huertos que hemos sembrado y que requieren nuestros cuidados: regar y quitar las malas hierbas. Un árbol pequeño cuando lo sembramos hay que amarrarle un tutor para que crezca derecho y así permanezca para siempre. Un hijo requiere el mismo procedimiento: Necesita, al menos, una década de lucha, de inculcarle unos valores éticos y morales que arraiguen en el niño y al llegar la adolescencia nos muestren unas almas con fuertes cimientos para no caer. Eso sería lo ideal y aportarles caricias en su corazón, para que los ojos de cada niño fuesen una esperanza renovada día a día... Pero ya no es así abuelo, no hay tiempo para las caricias. La prisa lo está destruyendo todo y en contrapartida, la paciencia tiende a desaparecer.
No se espera a madurar para beber alcohol (conozco a niños con diez años haciendo lo que ellos llaman “botellona”, o sea, bebiendo hasta la madrugada); ni se espera para dejar de escuchar cuentos; ni para dejar la muñeca en los juegos y cambiar ésta por el cigarrillo y la sexualidad irresponsable.
Tampoco se espera para la violencia. En edades tempranas se machaca al más débil del grupo. Se hurga en su vida para conocerle y tenerle controlado y poderle herir cada vez que venga en gana, sintiendo con ello un placer morboso, placer que se acentúa si ven a la víctima hundirse día a día. Últimamente, a ésta se la elige por la calle, sin saber quien es… es decir, violencia porque sí, violencia sin sentido.
En resumen, abuelo, nuestros jóvenes están perdiendo la conciencia. Por todas estas carencias, años después, terminan aplicando la violencia a sus mismas parejas...e incluso a sus hijos… algunos de meses.
Hay días que me duele, me lastima pensar. Recuerdo las sabias palabras de mi padre diciendo: “La prisa mata”. El tiempo me lo ha confirmado. Salgo a dar un paseo y hablo con cualquiera de cosas banales, para poderle dar un descanso a mis pensamientos.

¡De pronto! los recuerdos de mi infancia y la figura de mi madre guisando en la cocina y por las tardes tejiendo un chaleco o repasando ropa; también la familia reunida jugando una partida de parchís al anochecer... Estos pensamientos son como un bálsamo de paz para mi cerebro, que no los asocia para nada con la palabra prisa. Todo se hacía con la paz “necesaria”, sin violencia, cual gota de agua que se desliza y lenta y suavemente encuentra la trayectoria natural que le va marcando el camino.
Pero ¡de nuevo! me encuentro cavilando e intentando comprender lo complejo, lo complicado que es el ser humano, a pesar de estar ubicado en este espacio tan maravilloso del Universo, en el que cada día, al amanecer, hay una nueva posibilidad de cambiar, una nueva esperanza de desterrar lo malo que llevamos dentro y quedarnos con lo positivo para compartirlo con los demás.

No sé si todos estos pensamientos que te voy contando los comprendes bien abuelo, pero adivino que si, pues charlo pausadamente, buscando tu alma, allí dondequiera que se encuentre.

A medida que pasan los años estoy convencida que volveremos a vernos.
Creo que, aunque nuestros cuerpos desaparecen con la muerte, nuestras almas vuelven una vez y otra a reencarnarse. Quiero, necesito creer que la vida nos da esa oportunidad para rectificar cuantas cosas malas hayamos hecho y repetir o acrecentar las buenas.
He tenido muchos sufrimientos en la vida, pero en mi interior sé que tengo una fuerza especial para sobrellevarlos que emana de alguien que me precedió e intuyo que el ser humano llega a sorprenderse de su capacidad de respuesta cuando la vida le enfrenta a situaciones extremas.

A pesar de este bombardeo de noticias terribles, de hechos deleznables cometidos contra el ser humano desde su nacimiento, contra los animales y contra la misma naturaleza, aún así, abuelo, me agarro a un rayo de esperanza, un rayo de lucidez en el que el hombre reflexione y comprenda que no puede ser un lobo devorador para consigo mismo y su entorno, pues es posible que el universo no nos conceda una segunda oportunidad.... ya sabes... volver al inicio...
Mi oportunidad es siempre el día a día y confío en cada amanecer para que mis hijos le hagan llegar caricias a mi corazón cansado... aquellas que yo les regalé de niños para que fuesen una herencia de esperanzas renovadas.
Para ti, abuelo, mi mejor deseo: DESCANSA EN PAZ... Y que importancia tiene para ti que lleven o no lleven flores a tu tumba, si lo cierto es que cuantos nos precedisteis (hacia la trayectoria final), estáis revoloteando siempre sobre nuestras cabezas para que no nos ahoguemos en un mar de soledades.

miércoles, 13 de enero de 2010

Del amor ausente. (De una mujer que no conoció el amor)

¡Dios mío! ¡Qué sola estoy sin tu presencia!
Como un árbol despojado de sus últimas hojas. Como nieve en invierno que hoy fluye por los ríos, sin posible retorno, así, voy por la vida con tu ausencia…Y sin embargo, sé que existes, aunque no te conozca.

Mis pasos no tienen sentido… porque presiento que nunca nos encontraremos.
No podré palpar el contorno de tu rostro, ni adivinar el color de tu mirada.
Los caminos aparecen tortuosos… mis pasos inseguros.
Un viento helado me atenaza el alma cuando no imagino tu rostro en mi mirada. El mundo se hunde, se desvanece el cielo pero ¡qué animosa es la esperanza!


Ando bajo la lluvia, sin paraguas, en medio del silencio de la tarde. Pasa un mendigo anciano y al mirarnos, se produce intercambio de pobrezas. Mi pobreza: tu ausencia; la suya: el olvido.
Los dos, por caminos opuestos, cada uno, seguimos arrastrando en los zapatos un lodo de tristeza.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Compasión.

He salido a pasear porque llovía.
Me he encontrado a la niña de mi infancia
y me ha abrazado.

Gracias.

De nuevo otoño.
Las nostalgias se acumulan.
Próximo el fin de año.
Como siempre me asaltan interrogantes conocidos:
¿A dónde irán los besos, de éste año, que me sobran? ¿Y los abrazos que oprimen solamente aire? ¿A dónde irá la fe perdida? ¿Y tu mirada esquiva? ¿Y el perdón no pedido? ¿Y la disculpa que no hizo el intento para ser pronunciada?
Y tanto, tanto, tanto… ¿A dónde irá?

Sin embargo… es un otoño nuevo; desconocido para mí.
Es distinto. No pienso en año nuevo. Ni en niños cantando, el veintidós, un número que toque en ese trocito de papel cargado de ilusiones.
Este año estoy plena en casi todo. Y es que siempre hay un “casi”… Y aunque no sea un “casi” de todo, tampoco es un “casi” de nada.

Y me paro en las esquinas con la palma hacia arriba y van cayendo, cual hojas de los árboles: el Ánimo, el Saludo, la Confidencia “aquella” que parecía copiada de la mía y, sobre todo, Amigos. Esos que han entrado en mi vida sigilosos; pisando el teclado despacito y diciéndome continuamente: ¡¡Hola!!
Y así, sin darme cuenta, mi palabra se inunda de afecto y surge un compartir la carga con vosotros.
Por ello sigo aquí, por cada uno de ustedes: enjambres de abrazos y ternuras.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Anocheciendo

Se perciben los olores de la noche. La luz de la luna lo inunda todo, alargando cual fantasmas, la sombra de objetos cotidianos.
Es la hora en que el alma se muestra traslúcida como el cristal y los sentimientos gotean la amargura del dolor acumulado en heridas producidas, desde el amanecer hasta el ocaso, por el simple hecho de existir.
La noche, de puntillas, ha ido subiendo los escalones del día, mientras la última luz anida en los balcones de mi calle y su sombra se estrella contra la mía, serenamente, consiguiendo que todo lo antiguo parezca hermoso en mi recuerdo.
También es en ésta hora, cuando se aprecia que el acto de vivir es sencillo; como un encuentro casual con tu primer amor; como un beso inesperado; descubriéndome que estoy unida al futuro por algo más que lluvias de tristezas.
Y así, resignadamente, para no ir a contramarcha en el vagón del tren de mi vida, me abrazo a Morfeo y ya, muy tarde, duermo…

domingo, 13 de diciembre de 2009

Tiempo.

Y entonces guardé el poema que me diste entre las páginas de un libro.
Transcurrió el tiempo y con él: el olvido.
Un día lo encontré entre sus hojas… el color apagado, sus letras mortecinas, extinguiéndose.
Lloré.
Lloré por la lejanía de mi juventud; por mi risa adormecida, empaquetada aún, con lazos románticos, en cajas que abro de tarde en tarde y por mis pensamientos, continuos viajeros en el aire del anochecer (para no ser descubiertos).
Y lloré por ese amor primero y por aquel poema que brotó de tu corazón.

viernes, 11 de diciembre de 2009

jueves, 26 de noviembre de 2009

Sinceridad.

Intento discutir con mis palabras, les pido que me mientan… tanta sinceridad lastima.

Y se quedó en el aire.

Aquel poema sólo lo escuché de tu palabra cálida.
Hablabas de estrellas, de ilusiones y de un amor eterno hacia tu musa.
Te pregunté: ¿Me lo darás escrito?
Me respondiste: Bueno….
El poema, como las estrellas, tintinea aún en el aire a pesar de los años transcurridos…. ni él, ni ellas, serán alcanzados por mis manos.
Sus versos se alojaron en el aire; flotará entre las nubes por la eternidad y siempre añoraré no haber sido la musa de tu incipiente adolescencia.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Quiero.

Quiero una cocina donde el reproche no golpee y las gotas de grasa no se mezclen con mi llanto.
Quiero una cocina limpia de rencores, en donde el desagüe arrastre experiencias inútiles y cada gota de agua limpie historias empañadas.
Quiero la majestuosidad de la luz entrando en su ventana; cómplice de proyectos y regalándome, a través del cristal, flores con perlas de rocío.
Quiero el olor y el sabor de un café que se traslade a una terraza imaginaria; donde en mesa contigua a la mía, haya reunión de “señoras de domingo”, que pagaron su café con leche incluyendo en su tique el derecho al murmullo…. y escuchar su viaje (en fantasías) para huir de la vida cotidiana.
Quiero un pegamento universal que pegue no solamente la loza; sino la sonrisa rota de los niños, la mirada quebrada de un anciano, el árbol castigado por el hacha, la piel de un perro apaleado, tantos y tantos corazones rotos y también el espacio desconchado.
Y quiero que sea tan perfecto…. ¡que no se note nunca lo pegado!

Triste despertar.

Cuando mi corazón se quebraba de vacío,
apareciste en los sueños de la noche.
Verbena, dulce música,
preludio de alegría,
rumor de tus pasos acercándose
en mi vida vacía.
Terciopelo de dedos en mi piel,
calor indescriptible de tu abrazo.

El tiempo se detiene.

Murmullo de palabras
grabadas en el viento,
bailando en el recuerdo.
La noche abraza
dulcemente mis sueños.

No quiero despertarme.

Antiguos sentimientos
se mezclan con el miedo.

¡Que se retrase el alba!

Tu cuerpo está tan cerca
que surge temblorosa mi sonrisa,
lastimando tu mirada la mía.

Vuelve en el sueño, vuelve,
cuando se funden en la noche
la amargura y el beso.
Cuando, en complicidad,
dejo entreabiertas
las puertas de mi alma.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Contestación al anónimo hecho en : Nuestras calles.

Amigo-a (prefiero llamarte así).
Después de leer tu comentario anónimo, (no podía ser de otra manera) y comprobar que destila resentimiento te cuento:
Hice el escrito de “Nuestras calles” al invadirme la nostalgia de los juegos de niños, de la intensidad con la que vivíamos la calle entonces, de las tertulias de mayores y pequeños sentados en el verano al fresco; en definitiva de nuestras costumbres.

Tu comentario acerca de “los niños” que sus padres llevaban al campo a trabajar, no ha lugar en éste escrito. Yo era una niña más, sin ser consciente de esos hechos que relatas; ni mis amigos tampoco (y los había de familias muy humildes).
Como pongo en el encabezamiento:”No hay árbol que el viento no haya sacudido” y yo soy árbol también.
Sé, que gran parte de aquellos niños-as ayudaban en la economía familiar, trabajando después del colegio, (al igual que en muchos pueblos de Andalucía, por ser el campo el único medio de subsistencia). Pero también me consta que muchos de esos agricultores, les llamaban de forma irónica a los que ejercían otros oficios: “Los Artistas”.
¿Es que un carpintero, un zapatero, un médico, un guardia civil, un practicante, un molinero, un panadero, un albañil, etc, etc,…no trabajaban? Había y hay muchos trabajos duros.

En pueblos como el nuestro, donde el yacimiento de nuevos empleos estaba congelado por su alejamiento y falta de industrias, el trabajo giraba únicamente en torno a la agricultura y la crianza del cerdo.

Un niño no elige su infancia; le viene impuesta por sus circunstancias y si se le deja, vive como un niño, para lo bueno y para lo malo; de ahí la importancia de una buena educación. Ésta, solo se consigue brindándoles a los padres un buen trabajo para que no tengan que obligar a sus hijos a realizar tareas impropias en ciertas edades.
Ese “lastre” de aquellos años, se arrastraba desde muy viejo en gran parte de España, sobre todo en el sur y se prolongó durante décadas.
Ya Buñuel, genio aragonés director de cine, realizó una película sobre las Hurdes, dejando plasmada ésta terrible realidad.
Para estudiar y analizar su sociedad (en las Hurdes), se fue a vivir allí unos meses. Esto ocurrió en el año 1932.
Encontró mosquitos anofeles y muchos niños con paludismo por estar continuamente cuidando cabras y observó que allí no existían las canciones ni el pan.
El desamparo de sus habitantes era total y en más de 20 pueblos se desconocía el pan tierno…no lo habían visto nunca. Algún andaluz llevaba un mendrugo que servía de moneda de cambio.

Como puedes apreciar, el progreso social era nulo y éste estado de cosas hizo que nuestra querida España “reventara” en el año 36. Tras una guerra civil, con un país destrozado y montones de historias personales a sus espaldas, cada español tuvo que buscar su sustento como pudo. La inmensa mayoría optó por el campo; era lo más conocido y lo que había “a mano”; ya fuese propio o trabajando para otros.
Pero hubo algo peor que el campo: la emigración. Este hecho sí que fue terrible y cruel: otras tierras, otros países. No te daba la opción, aunque fuese mojado-a (como mencionas) de volver a tu casa, a tu cama, a tus paredes encaladas….

Todo esto lo he analizado siendo adulta…entonces era una niña que jugaba con otros niños y nada más…
Precisamente al ser ahora adulta y haber meditado sobre el tema soy consciente del estado de cosas que están ocurriendo y cómo muchas personas, en una “ignorancia casi infantil”, no aprecian la repercusión que la crisis está teniendo en nuestra sociedad.

Me ha dolido tu comentario y aunque no sé quien eres, te digo: Ahora, con la conciencia de un ser adulto que piensa y reflexiona, te aseguro que no siento esa culpabilidad que intentas colocarme por vivir en una calle céntrica del pueblo.

Tal vez muchos de esos-as del mísero jornal, se conformaron… y no remontaron y volaron hacia horizontes más claros.
Un saludo.