miércoles, 3 de febrero de 2010

Tarde de invierno.

Hubo un tiempo en que las calles de la ciudad olían a ti.

El aire me hacía presentirte y en su roce sentía tu abrazo, cálido como el ronroneo de un gato familiar.

Hoy el olor a castañas asadas, me trae nostalgias de otro invierno y me invita a seguir (como si de una persecución se tratare) ese otro olor, de café aromático que llega de la cafetería.

La cafetería sigue igual…. Su color amarillo invitándome a entrar, como si fuese el palacio encantado de un cuento de hadas.

Me acerco a la puerta con mi mochila, a la espalda, cargada de tu ausencia.

El ocaso se acerca. La luz plomiza de la tarde juega un extraño contraste con la cafetería; como ésas postales de otoño en que no llueve, pero en las que el frío invita al cobijo en lugares cerrados; donde la charla amena, de algún grupo, se alterna con almas solitarias que buscan su pasado o, algún aliciente nuevo que dé sentido a su presente.

Una vez dentro repaso en semicírculo las mesas ocupadas, después los taburetes y se rompe el, siempre fuerte, equilibrio de mi mente.

¡Ya no estás! Comienzo un pulso con la nostalgia. Ésta vence a mi mano, que apoyo vacía, sin esperanza, sobre el mármol de la mesa, inmovible, sin gesto…. a pesar de que las lágrimas me hacen verlo todo borroso…. Y así, inevitablemente, el abatimiento me recorre el cuerpo como un escalofrío.

2 comentarios:

  1. Profundo y emotivo, Alicia, impregnas en tu relato ese sentir que te caracteriza.

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  2. Alicia.
    Esto es poesía pura. Tus escritos destilan emoción, sensibilidad. Nunca te canses de deleitarnos con tus profundos sentimientos vertidos en esa incesante cadena de letras.
    Gracias por los bellos minutos que tus escritos nos proporcionan
    Pepe

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