¡Dios mío! ¡Qué sola estoy sin tu presencia!
Como un árbol despojado de sus últimas hojas. Como nieve en invierno que hoy fluye por los ríos, sin posible retorno, así, voy por la vida con tu ausencia…Y sin embargo, sé que existes, aunque no te conozca.
Mis pasos no tienen sentido… porque presiento que nunca nos encontraremos.
No podré palpar el contorno de tu rostro, ni adivinar el color de tu mirada.
Los caminos aparecen tortuosos… mis pasos inseguros.
Un viento helado me atenaza el alma cuando no imagino tu rostro en mi mirada. El mundo se hunde, se desvanece el cielo pero ¡qué animosa es la esperanza!
Ando bajo la lluvia, sin paraguas, en medio del silencio de la tarde. Pasa un mendigo anciano y al mirarnos, se produce intercambio de pobrezas. Mi pobreza: tu ausencia; la suya: el olvido.
Los dos, por caminos opuestos, cada uno, seguimos arrastrando en los zapatos un lodo de tristeza.
Alicia, me llama la atención como te expresas, con qué sencillez y sentimiento dejas aflorar tus sensaciones, ayudada por tu bien hacer y entender. Eres digna de admiración por mi parte, sigo con mucha atención tus trabajos que leo y releo para comprender plenamente. Cordial saludo
ResponderEliminarAmigo Jesús: Sé que, a veces, mis escritos no son fáciles de comprender. Por ello, esa admiración tuya de la que hablas (y que no merezco), la valoro doblemente.
ResponderEliminarGracias por tu tiempo (algo que aprecio mucho) y por tu intento de entender al releer.
Un saludo cariñoso.