sábado, 24 de octubre de 2009

Nuestras calles.

Algunos escritos (como éste), serán rescatados de otros lugares, para poderlos agrupar todos; tanto si son prosa como poesía.

NUESTRAS CALLES.

Hurgando un poco en el recuerdo, me acabo de percatar, de la importancia que, en los niños de mi época, tenía la calle.
Nuestra vida transcurría entre la casa familiar, el colegio y la calle. Pero esta última no era un sitio de paso, como ahora viene siendo lo habitual, sino que formaba parte de nuestros momentos más gratificantes: juegos, amigos, tertulias, cantar, bailar...etc.
Mi infancia y adolescencia se sucedió entre las calles: Reducto, Portugal (incluidos Plaza y Paseo Chico), Grupos Escolares y Oliva.
De la primera tengo varios recuerdos importantes:
Mi primera Comunión. (Cargada de ilusión y con la sencillez de entonces).
La mezcolanza del olor y sabor de las primeras naranjas, verdes aún, que pelaba sentada en mi puerta, después del almuerzo y antes de regresar de nuevo al colegio por la tarde. Faltan pocos días para deleitarme de nuevo con esas naranjas que cada otoño me traen recuerdos.
No podría olvidar, de esta calle, a dos familias que fueron importantísimas en mi temprana infancia: Basilio, el zapatero, su mujer Ana y sus hijos María y Manolo.
Con este hombre me pasaba muchos ratos viéndolo arreglar el calzado (el de entonces, ¡casi ná!) y entre risas y chistes, le ayudaba a ordenar su humilde banqueta de trabajo.
La otra familia eran: Juan Chirigüai, su mujer y sus cuatro hijos: Ángel, Marcelino, Pedro y Chari.
La mujer de Juan era admirable. Nunca he olvidado su educación y mucho menos su caligrafía....era perfecta...¡¡en aquellos tiempos!! Su hija Chari es la única amiga que no he vuelto a ver desde que se marcharon a Palma de Mallorca; era una niña....A sus hermanos los veo con frecuencia en verano, pero ella no sé si ha vuelto y aunque su padre vive, la madre murió hace años.

La calle Portugal, Plaza y Paseo Chico, eran mis salidas súper controladas. Allí mismo jugábamos al topa, al escondite, a bailar sevillanas (a nuestro modo), a patinar, con los de cuatro ruedas (era mi delirio) y como no: a los cromos. En este arte las había muy expertas y normalmente les temíamos, pues los cromos comprados con esfuerzo nos los ganaban en minutos, utilizando algo que llamábamos: “maña”, que consistía en volver la mano hacia atrás al golpear el montón de cromos con la mano, para que con el impulso del viento y amparados en el hueco de esta, los cromos se volvieran del derecho; así, pasaban a ser propiedad de la ganadora.
Recuerdo que una noche entré en casa hundida y destrozada, con los ojos llenos de lágrimas, porque “una que hacía maña” me ganó una colección de cromos de la película: “Marisol rumbo a Río” que había comprado excepcionalmente (en un kiosco) en esos escasos viajes que se hacían a Sevilla. Aún, ahora, veo su cara de complacencia, al conseguir los cromos que acababa de ganarme y aunque vive en Sevilla, nunca le he comentado aquella frustración de mi infancia, un hecho de la niñez al que ahora no le doy mayor importancia, pero entonces...

Los Grupos Escolares, como lugar de juego, aparecieron en mi vida a raíz de las primeras películas de Marisol.
Soñábamos jugar a la guerra las niñas contra los niños (emulando las películas). Uno que no faltaba nunca era Paco Ruiz, hijo de D. Francisco el médico y gran amigo de mi infancia.
Acechábamos el puesto de pescado de Marco (una puerta falsa, grande y destartalada, situada entonces, frente a lo que hoy es el Club de Mayores). Al terminar la venta recogíamos las cajas del pescado, sin importarnos que olían a demonios, para desarmarlas y hacernos las espadas para la lucha. Marchábamos, por la tarde, al llano del colegio, cantando aquello de:”Adelante mis valientes, con la espada, con los dientes, que queremos combatir”.....Las casas en ruinas, sus escaleras y los tejados llenos de gorriones, eran el lugar idóneo para el combate. Recuerdo que cada media hora los muertos en batalla, tenían que resucitar, pues si no, nos
quedábamos sin soldados.
Mi madre, sospechaba algo de aquellas batallas, pues Marco le contaba lo de las cajas del pescado y me tenía prohibido volver después del anochecer.
Una tarde la lucha se prolongó y como no llegué a mi hora, recibí unos azotes (pocos, pienso ahora) y un pellizco de los que daban entonces las madres muy de tarde en tarde.
Con el tiempo comprendí que me lo merecía pues los tejados de los Grupos estaban ruinosos.

La calle Oliva, supuso para mí “el despegue” de mi puerta, mis primeros ratos de “libertad”, ¡¡qué libertad!! .En aquellos “poyetes” nos sentábamos y compartíamos las tardes entre el taller de mi querido amigo (ya fallecido) Tapada y entre la casa de Antonio Vaello y la de Marisa “la Menda”, hija de Teodora y Victorio, amiga desde pequeña.
Me gustaban las casas con bullicio, en las que entraban y salían gentes, pero la de Victorio tenía algo muy especial: el centro de la estancia desde la puerta de la calle estaba empedrado como si fuese una alfombra, para que todas las tardes, los mulos, no resbalaran al volver del campo y tras salvar la altura del “poyete” y del escalón de entrada y otro interior, descansaran en su cuadra. Todos los días pensaba: “Este hombre es un artista, que bien tiene enseñado a los animales, nunca se caen”.
En aquel ”poyo”cantábamos sevillanas y fandangos, y sobre todo reíamos...Una noche que cantaba un fandango a pleno pulmón, pasó un anciano que cubría su cabeza con la mascota de paño, garrote en ristre me dijo:
- “Muchacha, ¿Que haces aquí y no ganándote la vida en un escenario?”. Aquella noche tuvimos juerga larga con el comentario del hombre que me quería mandar, maleta en mano, a recorrer los escenarios de España.
Al vivir Fermín Adame y Antonio Vaello en esta calle, acudían sus amigos y fue allí, donde empezamos a intercambiar los primeros T.B.O. con los chavales: El Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín, El Jabato, Espartaco, Hacha y Espada, Sisí, Florita, etc...Después, pasados unos años, novelas: Corín Tellado, Lafuente Estefanía y otras; todo era bueno para intercambiar y leer, aunque ellos las preferían del Oeste y nosotras nos quedábamos con la parte romántica.
En este punto hay que reconocer la importancia que tuvo aquella ventanita (hoy desaparecida como su dueño), transformada en escaparate donde se exponían sobres sorpresa, novelas, y un universo de tentaciones a las que no teníamos acceso en la mayoría de los casos. Era el escaparate del amigo Ignacio Vallejo, que nos atraía a los niños como la miel a las abejas.
Mucho después llegaron los “guateques” en la calle Oliva... ¿Te acuerdas Vaello?...También en el patio de Lola Orúe y en el de la abuela de Manolo Campanilla, en la calle Flores, (con su flamante equipo de música traído de Alemania).
Estos bailes eran casi siempre “supervisados” por la dueña de la casa. Se bebía mucha Coca- Cola y alguna botella de ginebra para echarle de tarde en tarde............ Pero esto ya serían otras historias que también duermen en mis recuerdos.

Os quiero amigos: Alicia García Gómez.

1 comentario:

  1. Muy bién, te criastes en el centro del pueblo y por allí pasaba lo bonito, no veias los/as que entraban en el pueblo oscurecido, venian del apañijo,de arrancar hierbas, de sachar los trigos,empapadas en agua cuando llovia,sin un mal impermeable, sin zapatos adecuados.chicas jóvenes que no pensaban mas que en tener lo necesario para poder seguir palante, con un mísero jornal, etc,etc.

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