Ya le tengo tomada medida a
mi tristeza.
Quiero confeccionarme un
traje.
Mi tristeza la mido con la
palma de mis manos y siempre faltan manos.
Y esas manos, las mías,
amarran bolsas de basura, giran llaves, sirven comida, llenan vasos,
escriben te quieros borrando cicatrices que tengo como madre y
adelgazan con un cúter este olvido implacable y cotidiano.
Y al apagar, la luz de la
mesilla, cada noche, esperan con ilusión no tener ningún traje de
tristeza que ponerme al levantarme.
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